Charla con Raúl Fuentes en la Universidad Iteso, de Guadalajara (México)
Jorge Manrique Grisales (*)
A Raúl Fuentes Navarro hay que buscarlo entre montañas de libros y papeles en su oficina de la Universidad ITESO de Guadalajara. A pesar de la proliferación de celulosa, él sabe exactamente dónde está aquello que necesita o que alguien le consulta. En este santuario, la silla está ubicada detrás de una trinchera de libros y materiales argollados o sueltos de todos los tamaños y colores. Su espacio parece una cautivante selva de conocimientos en la que proliferan muchas especies.
Estando allí, resulta difícil vencer la tentación de echarle un ojo a cualquier cosa que uno tenga al alcance de las manos. El dueño de aquel espacio apenas mira por encima de las gafas tratando de ubicar a la persona que viene de Cali, Colombia, y que días antes le solicitó una cita para conversar. Casi que al estilo paparazzi, le pido que se tome una foto conmigo en medio de los montones de libros. Accede de buena gana y presta una buena sonrisa. Salimos de allí al aire tibio que recorre el campus de la Universidad jesuita del ITESO, en Guadalajara, México. Todos están allí en vísperas de vacaciones de verano. Se siente cierta emoción contenida en los funcionarios y los pocos estudiantes que aún transitan por allí.
Fuentes me invita a caminar, pero cortésmente le explico que prefiero que nos sentemos primero. Tengo la sensación que si caminamos, las ideas que se agitan en mi cabeza pueden escurrirse por los senderos que llevan a todas partes en el ITESO.
“Nada de qué preocuparse”
Estoy al frente de quien como un torero ha lidiado con maestría y distancias precisas el incierto toro de la Comunicación. “Ya no hay que preocuparse”, dice tranquilamente después de escuchar atentamente las razones por las cuales le pedí cita. Por un momento me quedo en la nebulosa. Viajé miles de kilómetros para beber de una de las autoridades académicas más grandes del continente y su respuesta es que “ya no hay que preocuparse”… Espero mientras su vista se fija en un punto incierto por encima de mi cabeza. Comienza a hablar lentamente buscando los enlaces precisos para las ideas…
“… El sentido de las preguntas por la Comunicación ha cambiado….A nadie le interesa responderlas. Hoy las miradas se vuelcan a otros referentes como la acreditación o las competencias”, dice… Caigo en cuenta que estamos en un proceso de acreditación en Cali y siento algo de culpa por los afanes con los que a veces se abordan estas cosas. Fuentes suelta otra andanada al señalar que hace 25 años en contextos como la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) el currículo sí era importante para la enseñanza de la Comunicación. “…Hoy es irrelevante pues se atiende más al éxito laboral de los egresados”, sentencia.
Lentamente construye el siguiente argumento que viene en forma de pregunta “¿cuántas profesiones puede haber asociadas a la comunicación”. Su mirada se fija en mí con cierto aire retador. Pienso en énfasis, enfoques de programa, en fin, en aquello que sólo vemos y hacemos desde las universidades. No respondo para no embarrarla… Generosamente, él responde su propia pregunta: “Hablamos quizás de cerca de 1.500 figuras profesionales que tienen que ver con producción en muchos formatos… Esto nos lleva a pensar, entonces, ¿Cómo es el mundo profesional de la Comunicación?...” Vuelvo a la nebulosa, pues no sé ahora por dónde va a coger. Aguanto algunas preguntas que comienzan a dar vueltas en mi cabeza a la espera del desenlace del nuevo interrogante. “…Todo tiene que ver con la dinámica social y los complejos entramados de la Comunicación con la economía, la cultura, la política”, señala.
Respiro un poco tranquilo, pues el discurso académico de moda ratifica el cruce de caminos en que se ha convertido la Comunicación. Pero, de nuevo, Fuentes, pone en discusión la forma como lo hacemos en las facultades de Comunicación: “…Nos hemos dedicado a crecer y en el currículo no tocamos el proceso” y a continuación llama la atención sobre lo que debería ser una formación básica en Comunicación: “Hay que retomar los ingredientes básicos de la interacción del sujeto con su entorno, es decir, la capacidad de hablar, escuchar, leer y escribir”. La sentencia queda como congelada en el aire hasta cuando suelta otras dos preguntas para recogerla: “¿Qué pasa si el estudiante tiene estos ingredientes básicos?, pero también ¿qué pasa si no los tiene?”
Viene otra pausa mientras prepara la respuesta a sus nuevas preguntas. “La Comunicación se plantea hoy como un asunto ético relacionado con ‘el estar’ y la responsabilidad, es decir, ‘el saber estar’”, concluye.
Creo que si por alguna contingencia la charla tuviera que interrumpirse en este preciso instante, al menos me llevaría para Colombia algunas pistas para reencauzar la discusión de aquello de lo que deberíamos ocuparnos las carreras de Comunicación.
Pasan los minutos y seguimos sentados en las bancas de concreto, a la sombra fresca de los árboles en el verde campus del ITESO. Pienso que si le digo que caminemos de pronto se rompa el hilo de la conversación.
Volvemos al sentido de la formación en pregrado y esta vez Fuentes se pregunta ¿para qué un sujeto va a la Universidad? La repuesta no tarda: “Se ha perdido el carácter universal de la Universidad… Sencillamente no se ve… No tenemos idea de cuales son las competencias básicas y cuáles las especializadas en Comunicación… Para verlo habría que hacer un análisis de los egresados y mirar a qué se dedican”.
De acuerdo con el investigador, todo queda en manos de un mercado del que emergen nuevas figuras profesionales, entre oficios y actividades, que desdibujan el supuesto formativo de la Comunicación.
Profesores que enseñen
Interpretando mi mirada interrogante, Fuentes responde la pregunta que no le alcanzo a lanzar porque la atrapa en el aire antes que salga de mi boca. “Lo que distingue a una verdadera universidad es que tenga profesores que enseñen”, sentencia. Luego explica que la profesión de profesor no puede confundirse con la actividad de alguien que está sólo por momentos y no se involucra en el proceso. Gran preocupación para todos, pues la figura del docente por horas existe en todas partes y muchas veces no sabemos hacia dónde van esas horas de trabajo con los estudiantes.
La figura del profesor emerge de los labios de Fuentes como la persona que construye conocimiento involucrándose de manera consistente en un proceso de producción social de sentido, en contraposición con la simple circulación de mensajes, figura a la que se ha reducido el objeto de la Comunicación. “Hoy Comunicación es cualquier cosa… El saber social se ha reducido a procesos instrumentales de ciclo económico corto, con muy bajo nivel de contenido”, señala.
Otra idea muy en boga es la del estudiante-cliente sobre la que Fuentes expresa un profundo malestar. “No se debe tratar a los estudiantes como clientes, pues el cliente siempre tiene la razón, y eso es muy grave para las universidades”. El tema queda allí, pues no admite discusión.
Otra idea que ronda por mi cabeza es la de las formas como los estudiantes se relacionan hoy con el conocimiento. “No podemos pensar en la formación de sujetos para escribir sin leer… El estudiante debe ir descubriendo que hay algo más allá de las clases… Algo que lo lleve a escenarios de interacción social profesional”, afirma el investigador.
A propósito del duelo pantallas vs libros, Fuentes recordó cómo en un evento académico en México, al que fueron invitados otros importantes académicos de la Comunicación, él concluyó ante el auditorio que para poder hablar de la presunta desaparición de los libros, los eminentes académicos reunidos allí tuvieron que escribir muchos libros… Algunos se molestaron.
Los posgrados en Comunicación en América Latina, como sucede con el campo mismo, han sido objeto de inacabables debates. Pensar en un doctorado implica retomar la historia misma del campo y constatar que no estamos organizados disciplinariamente, como ocurre en Estados Unidos. “El punto aquí es la interprofesionalidad… Hay que pasar del pensar al hacer… Necesitamos de gente que se ocupe del campo… Los doctorados no se pueden hacer desde los temas, hay que construirlos desde las personas con proyecto”, concluye.
La charla lleva más de dos horas. Tímidamente, Fuentes saca su paquete de cigarrillos y me ofrece. En otra época, gustoso, le hubiera aceptado la invitación. Recordé mis años de reportero de periódico en los que fumaba desesperadamente mientras molía cuartillas. Ahora, simplemente observo como mi interlocutor aspira y lanza el humo lejos de la línea de diálogo que mantenemos… Cambiamos de tercio y ahora sí acepto su invitación a caminar por el campus del ITESO.
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A Raúl Fuentes Navarro hay que buscarlo entre montañas de libros y papeles en su oficina de la Universidad ITESO de Guadalajara. A pesar de la proliferación de celulosa, él sabe exactamente dónde está aquello que necesita o que alguien le consulta. En este santuario, la silla está ubicada detrás de una trinchera de libros y materiales argollados o sueltos de todos los tamaños y colores. Su espacio parece una cautivante selva de conocimientos en la que proliferan muchas especies.
Estando allí, resulta difícil vencer la tentación de echarle un ojo a cualquier cosa que uno tenga al alcance de las manos. El dueño de aquel espacio apenas mira por encima de las gafas tratando de ubicar a la persona que viene de Cali, Colombia, y que días antes le solicitó una cita para conversar. Casi que al estilo paparazzi, le pido que se tome una foto conmigo en medio de los montones de libros. Accede de buena gana y presta una buena sonrisa. Salimos de allí al aire tibio que recorre el campus de la Universidad jesuita del ITESO, en Guadalajara, México. Todos están allí en vísperas de vacaciones de verano. Se siente cierta emoción contenida en los funcionarios y los pocos estudiantes que aún transitan por allí.
Fuentes me invita a caminar, pero cortésmente le explico que prefiero que nos sentemos primero. Tengo la sensación que si caminamos, las ideas que se agitan en mi cabeza pueden escurrirse por los senderos que llevan a todas partes en el ITESO.
“Nada de qué preocuparse”
Estoy al frente de quien como un torero ha lidiado con maestría y distancias precisas el incierto toro de la Comunicación. “Ya no hay que preocuparse”, dice tranquilamente después de escuchar atentamente las razones por las cuales le pedí cita. Por un momento me quedo en la nebulosa. Viajé miles de kilómetros para beber de una de las autoridades académicas más grandes del continente y su respuesta es que “ya no hay que preocuparse”… Espero mientras su vista se fija en un punto incierto por encima de mi cabeza. Comienza a hablar lentamente buscando los enlaces precisos para las ideas…
“… El sentido de las preguntas por la Comunicación ha cambiado….A nadie le interesa responderlas. Hoy las miradas se vuelcan a otros referentes como la acreditación o las competencias”, dice… Caigo en cuenta que estamos en un proceso de acreditación en Cali y siento algo de culpa por los afanes con los que a veces se abordan estas cosas. Fuentes suelta otra andanada al señalar que hace 25 años en contextos como la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) el currículo sí era importante para la enseñanza de la Comunicación. “…Hoy es irrelevante pues se atiende más al éxito laboral de los egresados”, sentencia.
Lentamente construye el siguiente argumento que viene en forma de pregunta “¿cuántas profesiones puede haber asociadas a la comunicación”. Su mirada se fija en mí con cierto aire retador. Pienso en énfasis, enfoques de programa, en fin, en aquello que sólo vemos y hacemos desde las universidades. No respondo para no embarrarla… Generosamente, él responde su propia pregunta: “Hablamos quizás de cerca de 1.500 figuras profesionales que tienen que ver con producción en muchos formatos… Esto nos lleva a pensar, entonces, ¿Cómo es el mundo profesional de la Comunicación?...” Vuelvo a la nebulosa, pues no sé ahora por dónde va a coger. Aguanto algunas preguntas que comienzan a dar vueltas en mi cabeza a la espera del desenlace del nuevo interrogante. “…Todo tiene que ver con la dinámica social y los complejos entramados de la Comunicación con la economía, la cultura, la política”, señala.
Respiro un poco tranquilo, pues el discurso académico de moda ratifica el cruce de caminos en que se ha convertido la Comunicación. Pero, de nuevo, Fuentes, pone en discusión la forma como lo hacemos en las facultades de Comunicación: “…Nos hemos dedicado a crecer y en el currículo no tocamos el proceso” y a continuación llama la atención sobre lo que debería ser una formación básica en Comunicación: “Hay que retomar los ingredientes básicos de la interacción del sujeto con su entorno, es decir, la capacidad de hablar, escuchar, leer y escribir”. La sentencia queda como congelada en el aire hasta cuando suelta otras dos preguntas para recogerla: “¿Qué pasa si el estudiante tiene estos ingredientes básicos?, pero también ¿qué pasa si no los tiene?”
Viene otra pausa mientras prepara la respuesta a sus nuevas preguntas. “La Comunicación se plantea hoy como un asunto ético relacionado con ‘el estar’ y la responsabilidad, es decir, ‘el saber estar’”, concluye.
Creo que si por alguna contingencia la charla tuviera que interrumpirse en este preciso instante, al menos me llevaría para Colombia algunas pistas para reencauzar la discusión de aquello de lo que deberíamos ocuparnos las carreras de Comunicación.
Pasan los minutos y seguimos sentados en las bancas de concreto, a la sombra fresca de los árboles en el verde campus del ITESO. Pienso que si le digo que caminemos de pronto se rompa el hilo de la conversación.
Volvemos al sentido de la formación en pregrado y esta vez Fuentes se pregunta ¿para qué un sujeto va a la Universidad? La repuesta no tarda: “Se ha perdido el carácter universal de la Universidad… Sencillamente no se ve… No tenemos idea de cuales son las competencias básicas y cuáles las especializadas en Comunicación… Para verlo habría que hacer un análisis de los egresados y mirar a qué se dedican”.
De acuerdo con el investigador, todo queda en manos de un mercado del que emergen nuevas figuras profesionales, entre oficios y actividades, que desdibujan el supuesto formativo de la Comunicación.
Profesores que enseñen
Interpretando mi mirada interrogante, Fuentes responde la pregunta que no le alcanzo a lanzar porque la atrapa en el aire antes que salga de mi boca. “Lo que distingue a una verdadera universidad es que tenga profesores que enseñen”, sentencia. Luego explica que la profesión de profesor no puede confundirse con la actividad de alguien que está sólo por momentos y no se involucra en el proceso. Gran preocupación para todos, pues la figura del docente por horas existe en todas partes y muchas veces no sabemos hacia dónde van esas horas de trabajo con los estudiantes.
La figura del profesor emerge de los labios de Fuentes como la persona que construye conocimiento involucrándose de manera consistente en un proceso de producción social de sentido, en contraposición con la simple circulación de mensajes, figura a la que se ha reducido el objeto de la Comunicación. “Hoy Comunicación es cualquier cosa… El saber social se ha reducido a procesos instrumentales de ciclo económico corto, con muy bajo nivel de contenido”, señala.
Otra idea muy en boga es la del estudiante-cliente sobre la que Fuentes expresa un profundo malestar. “No se debe tratar a los estudiantes como clientes, pues el cliente siempre tiene la razón, y eso es muy grave para las universidades”. El tema queda allí, pues no admite discusión.
Otra idea que ronda por mi cabeza es la de las formas como los estudiantes se relacionan hoy con el conocimiento. “No podemos pensar en la formación de sujetos para escribir sin leer… El estudiante debe ir descubriendo que hay algo más allá de las clases… Algo que lo lleve a escenarios de interacción social profesional”, afirma el investigador.
A propósito del duelo pantallas vs libros, Fuentes recordó cómo en un evento académico en México, al que fueron invitados otros importantes académicos de la Comunicación, él concluyó ante el auditorio que para poder hablar de la presunta desaparición de los libros, los eminentes académicos reunidos allí tuvieron que escribir muchos libros… Algunos se molestaron.
Los posgrados en Comunicación en América Latina, como sucede con el campo mismo, han sido objeto de inacabables debates. Pensar en un doctorado implica retomar la historia misma del campo y constatar que no estamos organizados disciplinariamente, como ocurre en Estados Unidos. “El punto aquí es la interprofesionalidad… Hay que pasar del pensar al hacer… Necesitamos de gente que se ocupe del campo… Los doctorados no se pueden hacer desde los temas, hay que construirlos desde las personas con proyecto”, concluye.
La charla lleva más de dos horas. Tímidamente, Fuentes saca su paquete de cigarrillos y me ofrece. En otra época, gustoso, le hubiera aceptado la invitación. Recordé mis años de reportero de periódico en los que fumaba desesperadamente mientras molía cuartillas. Ahora, simplemente observo como mi interlocutor aspira y lanza el humo lejos de la línea de diálogo que mantenemos… Cambiamos de tercio y ahora sí acepto su invitación a caminar por el campus del ITESO.
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(*)Comunicador social-periodista. Magister en Tecnología del Información aplicadas a la Educación y especialista en informática para la docencia. Actualmente dirige la Carrera de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana Seccional Cali y coordina la Red de Homólogos de Comunicación de AUSJAL.
1 comentario:
En varios aspectos estoy de total acuerdo con el Raúl Fuentes, sobre todo en su profundo malestar sobre el estudiante-cliente. Otro aspecto es el de la formación del estudiante sólo para el hacer y no para el saber. Insisto muchas veces en que la enseñanza siempre debe volver a sus primerísimas instancias, a Sócrates, Platón y las largas y sabias caminatas peripatéticas de Aristóteles.
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