jueves, marzo 03, 2011

EL DERECHO DE LEER NOTAS LIGERAS

Texto leído durante la presentación del libro "Notas ligeras" de Daniel Samper Pizano y Maryluz Vallejo en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, el 3 de marzo de 2011.

Por JORGE MANRIQUE GRISALES

Para iniciar la moderación de esta charla con Maryluz Vallejo y Daniel Samper, acudo a una nota ligera de García Márquez que alguna vez leí y que me tranquilizó mucho... Decía aquella nota salvadora que uno puede aplicar, sin remordimientos, el derecho de cortar de tajo aquellas lecturas aburridas.

Fue como la absolución al pecado mortal que cometí en mi juventud cuando me regalaron El Criterio, de Jaime Balmes. Muy entusiasmado ataqué las páginas pero sentí que era como arar en el mar… Ahí tengo el libro todavía….Tal vez más tarde haga un segundo intento. Esto que estoy diciendo puede ser un sacrilegio en el mundo académico, pero también confieso, de paso, que he dejado a media andadura libros y artículos que pareciera que sólo se escribieran para deleite de sus autores porque los simples mortales no los entendemos… A algunos se les olvida que la lectura también debería ser un goce para el que lee.

Lo anterior no quiere decir que escribir, claro y ameno, al estilo de las Notas Ligeras, sea cosa de incultos. Por el contrario, Pena de Oliveira (2009) destaca el carácter culto que tradicionalmente ha acompañado la actividad periodística en algunos países. “En Francia, por ejemplo, el periodismo suele ser ejercido por intelectuales de renombre, y arrastra una fuerte tradición cultural y política”, precisa. Igual en buena parte de la historia del periodismo colombiano

¿Qué leen y qué escriben los estudiantes universitarios? Es el título de una investigación que adelantan Colciencias y ASCUN en varias instituciones de educación superior del país, entre ellas la Javeriana de Cali. He conocido algunos resultados parciales del estudio y una de las cosas que más preocupa es que los materiales que preparamos los profesores bajo la benévola envoltura del Power Point aparecen como una de las principales lecturas de nuestros estudiantes.

Gracias al libro Antología de notas ligeras colombianas comprendí que existen otras formas de aprender y enseñar historia, política, literatura, música, economía, psicología, geografía, sociología, deportes, cocina y todas las demás cosas que hacen parte de la cotidianidad, incluyendo los remedios caseros. Allí hay un retrato de país construido desde los orígenes del periodismo, la crónica, el ensayo y las columnas de opinión.

Obviamente, que en esta tarea de armar el retrato están dos periodistas que como Maryluz Vallejo y Daniel Samper han transitado el país desde el ejercicio de la reportería, y conocen el barullo de las salas de redacción de antes donde Usted aprendía de todo al filo de un implacable cierre de edición.

En la Antología de notas ligeras colombianas todo está servido como un exquisito menú… Sin pensarlo dos veces, arranqué por Alvaro Cepeda Samudio y su alucinante historia de la Gallina de Tuluá; y a continuación abordé a Klim con su radiografía de cuerpo completo del árbitro de fútbol que me recordó a Eduardo Galeano en otra pieza magistral de Notas Ligeras: Fútbol a Sol y Sombra. Obviamente, detrás de esta decisión estaba la imagen del Daniel Samper que leí divertido en “Dejémonos de Vainas” en los ochenta, cuando su papá, Andrés Samper Gnecco, el inolvidable “cadete” Samper nos dictaba clases de Relaciones Públicas en la Universidad de la Sabana. Era una clase que empezaba y terminaba puntual. En ocasiones, él aprovechaba para hacer con nosotros, sus estudiantes, una especie de catarsis cuando se quejaba que él no había criado a sus hijos (Daniel y Ernesto) sino que los había malcriado. Allí murió el doctor Samper dictando su clase de Relaciones Públicas el 8 de abril de 1988. No entendí por qué razón no se incluyeron en esta antología algunos de sus amenos relatos incluidos en el libro “Cuando Bogotá tuvo tranvía y otras crónicas”.

Después de Cepeda Samudio y Klim, seguí por los lados de Gonzalo Arango y su construcción muy particular del bandolero “Desquite”… Como para reflexionar después de la muerte de personajes como Tirofijo o el Mono Jojoy.

Eduardo Arias nos recuerda esas rabias menuditas que siente uno con la forma de ser de alguien. Los diminutivos del presidente Uribe en sus consejos comunales lo sacaban de quicio. En esta antología, García Márquez relata la alucinante historia de una modelo italiana que come de todo y no engorda… Como para confrontar hoy con el imaginario social de la anorexia. Héctor Rincón nos recuerda, con su particular estilo de “no te lo puedo creer” la moda traqueta de los carros en las ciudades de Colombia; Juan Gossaín relata sus intimidades con una vieja máquina de escribir, mientras que uno de los históricos del periodismo colombiano, Enrique Santos Montejo “Calibán” se preguntaba a finales de los sesenta de qué le serviría al hombre ir a la Luna… Y sentenciaba: “Es mejor dejar la Luna quieta”…

Sorprendido quedé con las Notas Ligeras de José Asunción Silva y sus inquietantes descripciones de las damas santafereñas tras las mantillas heredadas de la España católica… Un auténtica relevelación, pero no sigo porque el tiempo no alcanza...

En esta Antología se dan cita setenta y cuatro poetas, literatos, autodidactas, periodistas, historiadores, intelectuales, en un rico cuadro que nos ayuda a entender los contextos que han acompañado al país en sus transiciones entre los siglos XIX y XXI.

Dejo para el final la referencia al estupendo prólogo que descubre los juiciosos análisis de Maryluz Vallejo y sus recorridos por las distintas formas de narrar que le hemos leído en otras obras suyas. No me atrevo a imaginar cómo se dividieron este trabajo del prólogo con Daniel Samper, pero sí tengo que decir que es una pieza importante que demuestra que el ADN del ser colombiano está hecho de notas ligeras.

martes, enero 11, 2011

¿QUIEN DIJO CRISIS?

Por Jorge Manrique Grisales*

Mientras los expertos se esculcan las neuronas tratando de interpretar las inquietantes cifras del desempeño de la economía, en Cali un mago callejero alista su improvisado escenario en las antiguas bodegas de la Industria de Licores del Valle, un sitio como para rodar una película de pandilleros al estilo Martin Scorsese.

Son las 7:30 de la mañana y la fila de ciudadanos para reclamar la cédula ya es larga. La economía del mago, y la de cerca de 20 personas más que laboran allí vendiendo tintos, estuches plásticos para las cédulas, minutos a celular o puestos privilegiados en la interminable cola, no depende de si el dólar subió o bajó, o de si Obama finalmente ayudó a las multinacionales gringas para que sigan inundando de carros el planeta.

Ver todo el texto en la Revista Cronopio