Hace 21 años, Tirofijo, Cano y Jacobo Arenas hablaban de paz con Rafael Pardo, Ricardo Santamaría, Jesús Antonio Bejarano y Carlos Ossa. Detalles de una noche con el Secretariado de las FARC.
JORGE MANRIQUE GRISALES
La orden vino del otro lado de la línea telefónica. Había que estar a las cinco y treinta de la mañana en las instalaciones de Helicol para volar hacia “Casa Verde”. La orden del jefe de redacción incluía pasar por el departamento de fotografía y retirar una cámara, pues sólo había cupo para una persona de “El Espectador” en el helicóptero. Total había que ir preparado para registrar en palabras y fotos el encuentro de la Comisión de Verificación de Cese al Fuego con el Secretariado de las FARC.
Era febrero de 1987. Virgilio Barco llevaba seis meses en el gobierno y el proceso de paz con las FARC tambaleaba por la desinformación. Por esta razón, se decidió crear una Comisión de Verificación para tratar de mantener las condiciones de cese al fuego y tratar de avanzar en los temas de una agenda incierta.
Aún era de noche cuando arribamos a Helicol, cerca al aeropuerto Eldorado. Allí estaban el entonces comisionado de Paz, Carlos Ossa Escobar, Rafael Pardo Rueda, Ricardo Santamaría y Jesús Antonio Bejarano. Un poco alejado y pendiente de su cámara fotográfica estaba el hijo de Ossa Escobar quien para la época tendría unos10 años de edad.
Navegando entre la niebla
Escrutando el cielo, algunos de los allí presentes hacían vaticinios sobre el tiempo reinante en “Casa Verde”. El caso es que la reunión debía realizarse con carácter urgente, pues había mucho malestar por acusaciones de parte y parte. Casi a las siete aterrizó el gigantesco helicóptero amarillo de la Gobernación de Antioquia piloteado por un veterano capitán a quien todos le decían “El Culebro”. Ese mismo aparato se haría tristemente célebre meses después, pues en él perdería la vida el dirigente conservador J.Emilio Valderrama.
Con la experticia que le dieron los años transportando por los aires tubería para construir el oleoducto en Orito, Putumayo, “El Culebro” remontó los cerros tutelares de Bogotá. Las nubes aparecerían y desaparecían como fantasmas. Al cabo de unos minutos y de consultas con Carlos Ossa, el helicóptero aterrizó en la Base Aérea de Apiay, cerca Villavicencio. Allí se abasteció de combustible y recogió a un nuevo pasajero. Se trataba de un desmovilizado de las Farc. Un adolescente con rasgos indígenas que iba vestido de camuflado sin insignias.
A los periodistas jamás nos dijeron cuál era el itinerario. Todos esperábamos aterrizar en la legendaria “Casa Verde”, tantas veces registrada por las cámaras de televisión en el gobierno de Belisario Betancur. El helicóptero remontaba cañoñes y “El Culebro” no apartaba la vista de la ventanilla de piso, cercana a su pié izquierdo, y que le permitía vigilar la cercanía del terreno. Varias veces intentó ingresar por una pared de nubes, pero el aparato volvía a dar la vuelta. Finalmente encontró “el hueco” y pasó. Casi al mediodía estábamos aterrizando en un sitio que no se parecía en nada a Casa Verde. Varias instalaciones construidas con tablones y cubiertas con plástico negro componían aquel campamento, ubicado mucho más arriba de Casa Verde en el reino de una niebla que lamía las montañas y no permitía ver mucho más allá. Por seguridad, la reunión no se hizo en Casa Verde, nos explicaron después.
A boca de jarro, y después de evadir el ventarrón de las aspas del helicóptero nos recibieron Jacobo Arenas y Alfonso Cano. Vinieron los saludos y los regalos que Ossa Escobar había traido para los comandantes. Después de observarnos cuidadosamente, Jacobo Arenas le pidió al “Culebro” que le prestara el ejemplar de El Colombiano que traía en su mano. Allí pensé que, sin empezar la reunión, yo ya había cometidos dos errores. El primero no haber llevado ejemplares de El Espectador y el segundo que ya le había tomado las fotos al comandante sosteniendo en sus manos un medio distinto al mío. El hijo de Ossa Escobar andaba feliz correteando las gallinas y un gato en quienes gastó todo el rollo de su cámara desechable. No le quedaron fotos para sacarse con los guerrilleros como le había indicado su papá cuando le entregó la cámara en Bogotá.
Después del protocolo, almorzamos gallina preparada en un generoso fogón de leña. Nos explicaron a los periodistas las reglas de juego. El delegado del Gobierno y los miembros de la Comisión de Verificación se reunirían con los comandantes de las Farc a puerta cerrada. Al final de la reunión entregarían un comunicado de prensa y algunas declaraciones.
Alfonso Cano trajo un juego de crucigrama en el que se arman palabras con letras que se van colocando en un tablero. Cada letra tiene un puntaje. “Como esto se puede demorar, pueden jugar entre ustedes y si quieren con algunos de los compañeros”, dijo con simpatía. Por allí pasaban hombres vestidos de camuflado y prendas de uso privativo de la Policía Nacional. El campamento podría albergar unos doscientos combatientes.
Llegó “Tirofijo”
El hijo de Carlos Ossa era bueno con las palabras. La tarde transcurría apacible y sin afán. El piloto aseguró que ya no había retorno a Bogotá, pues el cielo se había cerrado y la Comisión no había terminado su reunión a tiempo. Cerca de las seis pasó algo que habíamos esperado durante todo el día. Llegó el comandante Manuel Marulanda, alias “Tirofijo”. Como cualquier campesino que termina su jornada, regresó a la casa al caer la tarde. Venía con botas de caucho, machete y revolver al cinto, ruana y sombrero. Saludó a cada uno de los periodistas. Era de pocas palabras. Luego se fue para la cocina. Una guerrillera sacó un platón con agua caliente y comenzó a lavarle los pies. Alfonso Cano informó que la reunión estaba a punto de terminar y nos pidió un poco de paciencia. “Si ya está aburrido de jugar crucigrama puede ir a la cocina y hablar con las compañeras que están allí”, me dijo en tono amable.
En la cocina me tomé un café al calor del fogón de leña. Allí hablé con una joven llanera de ojos verdes que hizo parte de las células urbanas de las Farc en Bogotá. “Una vez el Ejército me capturó y me tuvieron no sé donde. Me torturaron y de un momento a otro me dejaron libre porque ya se había iniciado el proceso de paz con Belisario”. Me fui para Villavicencio y de allí los comandantes me trajeron para este lado donde he estado más tranquila…. Aquí, todos, hombres y mujeres, cocinamos y hacemos los oficios”, comentó la combatiente.
A las siete pasadas terminó la reunión. Se leyó el comunicado y se respondieron algunas preguntas. El tema central era el de las comunicaciones. Los organismos de seguridad del Estado habían capturado los correos humanos de las Farc y las órdenes de cese al fuego no se cumplían por falta de información. En este sentido se establecieron protocolos para garantizar que todo aquello que saliera del Secretariado y que contribuyera a fortalecer el proceso de paz no fuera objeto de interceptación por parte de los agentes del Estado.
Jacobo, alcalde de Bogotá
Una vez pasó el agite de las cámaras y las grabadoras, Jacobo Arenas nos invitó nuevamente a pasar a la mesa donde habíamos estado jugando crucigrama toda la tarde. Procedió a destapar los regalos que le trajo el comisionado. Libros, revistas, tabacos cubanos (Cohiba para más señas) y coñac. A pesas que el coñac vale oro en esas latitudes no dudó en ofrecer una ronda a los asistentes. Ya más distensionado el ambiente, dijo, en medio de una carcajada, que ése era también un sacrificio que hacía por la paz de Colombia.
Arenas habló de los tiempos cuando fue estafeta de un alto oficial del Ejército colombiano, de sus aspiraciones políticas, de su sueño por un país más igualitario, de las platas de los grupos económicos, del papel de los medios de comunicación… “Me hubiera encantado ser alcalde de Bogotá…. Ustedes se imaginan las gigantescas marchas que habría encabezado?.... Pues eso es lo bueno de Bogotá”, señaló.
De la rueda de prensa pasamos a la tertulia, pero el comandante Manuel Marulanda ya tenía sueño y no había participado mucho en la conversación. Desde hacía ya bastante rato el hijo de Carlos Ossa había tomado posesión de la cama de Jacobo Arenas y dormía plácidamente. “Tirofijo” se despidió de todos. Dijo que tenía que ir a un campamento ubicado mucho más arriba de donde estábamos. Llevaba en su mano una linterna.
Arenas y Cano continuaron con la velada hasta altas horas de la noche. Pensamos que íbamos a amanecer allí, sentados, pero el frío fue pegando cada vez más duro. Al cabo de un rato nos informaron que ya estaban listos los alojamientos, que había cobijas pero no colchones. En un intento desesperado por tratar de dormir bien, pedí una almohada, petición que después de algunos minutos se me concedió.
El día abrió limpio en la montaña, el panorama estaba completamente despejado y se veían muy claramente los cañones que remontó “El Culebro” el día anterior para llegar hasta dónde estábamos. La cosa era de afán, pues en cualquier momento la niebla podría tapar todo. Una pasada rápida por el chorro helado de la cañada despejó los rastros de sueño y coñac. Caldo de papa y chocolate nos despidieron del campamento.
Han pasado 21 años desde aquel febrero de 1987. Algunos de los actores de aquella reunión ya no están. Jacobo Arenas, moriría a los pocos años de muerte natural. Jesús Antonio Bejerano, caería asesinado después de dictar clase en la Facultad de Economía de La Nacional. Manuel Marulanda, moriría 21 años después en esas mismas montañas de las que se negó a salir. Carlos Ossa Escobar aspiraría a la alcaldía de Bogotá y terminaría su vida pública después de un escándalo por posesión de marihuana. Ricardo Santamaría sería embajador en Cuba y director de medios de comunicación. Rafael Pardo Rueda se convertiría en ministro de Defensa en el gobierno de César Gaviria y hoy en aspirante a presidente. Alfonso Cano es hoy el comandante máximo de las Farc. Posiblemente y si la historia es cíclica Pardo y Cano volverán a verse las caras en un escenario donde, por ahora, no valen las palabras.
lunes, junio 30, 2008
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